De capricho familiar a sueño profesional: Mateo Uribe y el apoyo del Presupuesto Participativo en Medellín
Mateo Uribe Cardona, de 19 años, viste su gorro de chef con orgullo y se lava las manos antes de comenzar su ritual diario en la cocina. Desde la ventana de la sala de su casa, se cuela la luz del sol que ilumina el pequeño espacio donde da vida a su proyecto: ‘Arepas los caprichos de mamá’ un emprendimiento que nació como un capricho familiar, que se convirtió en una fuente de disciplina, amor y sustento y que tuvo el apoyo de recursos provenientes del Presupuesto Participativo.
La historia de Mateo es un relato de lucha y aprendizaje. Su interés por la cocina empezó desde los cinco años, cuando lo inscribieron en cursos de pasta y repostería en Comfama, de los cuales no solo conserva el conocimiento, sino su gorro y la bata gris que sigue vistiendo. Hoy, cursa segundo semestre de Gastronomía y Culinaria en la Institución Universitaria Colegio Mayor de Antioquia, un sueño que alcanzó gracias al apoyo de los recursos del Presupuesto Participativo (PP) de Medellín, que le cubren el pago de matrícula y el sostenimiento.
Cocinando un capricho
Mientras amasa la mezcla de maíz en el mesón de acero inoxidable de una pequeña cocina, recuerda sus primeros intentos con este producto típico de los antioqueños. Fue en plena pandemia, en 2020, cuando su mamá, Catalina Cardona Henao, una auxiliar de enfermería, le propuso hacer arepas. Su padrastro, José Juan Jiménez Betancur, le enseñó a moldearlas y asarlas en el fogón.
“Se inició justo como su nombre lo dice, por un capricho de mamá y mi padrastro ya que es de campo; quiso empezar a hacer las arepas porque por la pandemia las de la calle no duraban y se llenaban de hongos, además no podíamos salir. Empecé moliendo con una máquina manual, mi padrastro cocinando el maíz y haciéndolas y mi mamá asando las arepas. En principio no quise, era más trabajo de mi hermano. Pero las hizo tan delgaditas que los clientes ‘se le bajaron’, luego yo empecé porque necesitaba plata. ¿A quién no le gusta la plata? Y así empezamos”, relata entusiasmado.
Con los dedos adoloridos por las quemaduras, llorando por tener las manos rojas y la torpeza de los primeros días, aprendió a no rendirse.
«Fue un proceso duro, pero a la vez lindo», comenta mientras sonríe y sigue amasando con fuerza. Con el tiempo, lo que antes le llevaba hacer una arepa en un cuarto de hora, ahora hace un paquete de cinco en un par de minutos. «¿Quiere probar la masa?», pregunta con naturalidad. «La idea es que no quede ni muy salada ni muy simple. Eso es lo que en sí le da textura a la arepa».
Su rutina
Mateo sigue una rutina que combina el estudio, la cocina y sus labores como monitor, un requisito de 80 horas semestrales que cumple en la coordinación del mismo colegio donde egresó, la I.E. Julio César García. Cada semana compra 10 kilos de maíz, cinco blancos y cinco amarillos. En días como los jueves y los viernes, a las siete de la mañana ya está en la cocina, preparando el maíz que remoja desde el día anterior. Muele, amasa, moldea y recuece en una pequeña estufa a gas de cuatro puestos forrada en papel aluminio. En una tarde cualquiera, es capaz de producir decenas de arepas, que después extiende y enfría en una mesa ubicada en la zona de ropas, al lado de la máquina de moler. Todo lo hace solo, sin la supervisión de sus maestros en casa.
El negocio de Mateo ha crecido. Su oferta incluye cinco tipos de arepa: de queso, para rellenar, para asar, de tela, grandes y pequeñas. Así se lee la lista de pedidos escrita con marcador negro en un pequeño tablero acrílico blanco que reposa en la mesa del comedor, ubicada a tan solo un par de baldosas de la cocina. En él se lista el número de pedidos según la línea del producto. Son más de 30 paquetes, todos para la misma semana.
«Hacer las arepas nos ha unido como familia», reflexiona. Es un trabajo en equipo en el que incluso sus tíos, Hugo y Adolfo los hermanos de Catalina, contribuyeron construyendo un molino eléctrico para facilitar la molienda del grano.
Al final del proceso, a veces entrega sus encargos a pie, en lo que él llama jocosamente ‘Uber patas’. Sus sueños, sin embargo, van más allá de las calles empinadas del barrio Las Brisas, del noroccidente de Medellín, donde vive hace ocho años. Aspira a compartir lo que ha aprendido en casa y la universidad con otros, especialmente con adultos mayores que buscan emprender.
Un sueño alcanzado con Presupuesto Participativo
Cada arepa que sale de sus manos tiene detrás un esfuerzo que no se ve a simple vista. Las arepas que hace Mateo no solo alimentan a los comensales de su hogar y su clientela, la mayoría profesores de su antiguo colegio y sus compañeros de PP de la universidad; también financian su sueño de convertirse en chef profesional.
Pero no siempre fue la cocina. Antes estudiaba Ingeniería Geológica en la Facultad de Minas de la Universidad Nacional sede Medellín. Cuando no encontró la vocación por el estudio de la tierra, se inclinó por aprender de las raíces de los alimentos. Por eso, no es en vano que una de sus materias preferidas de segundo semestre es antropología, dónde ha descubierto el origen de los ingredientes que usa, como la historia detrás del maíz que transforma a diario.
“Feliz, fue una alegría muy grande”, son las palabras con las que recuerda cuando le llegó el correo electrónico que le notificó el beneficio de PP. Con los recursos priorizados por las comunidades, Mateo cubre el pago de la matrícula que vale u n poco más de seis millones de pesos y parte del sostenimiento como pasajes, papelería y alimentación, un beneficio para toda la carrera si cumple con los requisitos.
Gracias a ese apoyo de la Alcaldía de Medellín, con las ganancias de las arepas ha logrado comprar libros, ayudar con otros gastos de la universidad y financiar algunas salidas de campo programadas en la carrera.
Datos del PP
Actualmente, como él, son 1698 estudiantes becados por el Presupuesto Participativo mediante convenio directo con la Institución Universitaria Colegio Mayor de Antioquia. En la carrera de Gastronomía y Culinaria son 145 beneficiarios, la mayoría pertenecientes a los estratos 2 y 3.
Gracias a la priorización por parte de la comunidad del recurso de Presupuesto Participativo, unos 16 100 jóvenes en Medellín -como Mateo- han accedido a becas y créditos condonables para estudios de pregrado y posgrado en los últimos años. En 2024, 536 personas accedieron a estos beneficios ofrecidos por Sapiencia, la Agencia de Educación Postsecundaria de la ciudad.
Hasta el 23 de noviembre, de manera virtual y hasta el 24 de manera presencial, la ciudadanía tendrá la posibilidad de definir una inversión de $439 mil millones de Presupuesto Participativo que se ejecutarán en proyectos y programas priorizados por las comunidades para 2025.
Podrán votar todas las personas, desde los 14 años de edad, que tengan tarjeta de identidad, cédula de ciudadanía o de extranjería. Para ello se habilitaron este año más de 400 puntos de votación, entre itinerantes y fijos, instalados en Medellín y en sus corregimientos.
Mateo con su negocio
Mateo sabe que su éxito también es el resultado de la participación ciudadana. La oportunidad brindada gracias a la priorización de Presupuesto Participativo no solo financia su carrera, sino que le permite vivir su pasión y construir un negocio que, algún día, espera, tenga varios empleados y lleve su producto a las alacenas de los grandes supermercados; porque, al final, como él mismo dice, “no solo se trata de hacer arepas; se trata de hacer realidad los sueños”.